Una beretta como pincel           

Juan Pablo Ochaeta

Gerson soltó el lapicero al terminar de escribir.  Mientras doblaba la carta, no le importó que el bolígrafo azul rodara hasta caer al suelo.  Luego, suspiró largamente, al tiempo que guardó la carta en el bolsillo de su camisa.  Su mirada se perdió un par de minutos contemplando las gotas de lluvia que con un ritmo adormecedor chocaban con el cristal de la ventana de su recámara.  De pronto, como volviendo en sí, tomó la Pietro Beretta 84FS, calibre 0.380, que parecía verlo con incredulidad desde la esquina del escritorio.  El arma era hermosa, con su cacha café y su cuerpo de un plateado reluciente, era lo mejor que se podía conseguir en el mercado negro.  Gerson la estuvo acariciando, más que revisando, como un pintor juega con su pincel antes de dar el último toque a su obra maestra.  Quitó el seguro del arma y apuntó a su sien izquierda.


–¡No seas mula! ¿Qué jodidos pensás hacer? –un pequeño hombrecito, no más alto que una cuarta de su mano, se apareció frente a Gerson caminando sobre el escritorio.  Vestía un atuendo de motorista, con botas, pantalón, chaleco de cuero, lentes Ray-Ban y un pañuelo rojo en la frente.  Era el mismo Gerson, pero a escala.


–¡Por la gran puerca! –atinó a decir Gerson –. Ahora sí que ya perdí la razón.


–Si en lugar de disfrutar la vida, te metés el tiro, seguro que ya no tenés remedio.


–No me vengás con el rollo de que vos sos mi ángel de la…


–¡Cuernos! –interrumpió el motorista–. Ese maricón ya no tardará en aparecerse.  Así que no perdamos más tiempo; bajá esa pistola, la vendés y con ese pisto nos vamos a conseguir unas buenas nenecas.  Total, ya es hora de que vos y yo disfrutemos la vida como se debe.


–Muchas veces quise irme de farra y volverme loco haciendo todo lo que mis instintos me decían –Gerson parecía hablar más consigo mismo que con su interlocutor–. Pero mi conciencia nunca dejó de repetirme que eso era pecado.

–¡Pecado, así es! –otro hombrecillo, igual al primero, pero vestido éste de traje azul profundo, corbata gris a rayas, zapatos negros recién lustrados y camisa blanca impecable, hizo su aparición repentina sobre el escritorio–. Pero esos son nada, comparado con lo que estás a punto de cometer.  Apenas llegué a tiempo.


–Bueno, bueno, bueno mi “abogadillo”, mejor si te vas yendo de regreso, porque a esta fiesta ya llegaste tarde como siempre y la situación ya la tengo controlada.


–Tú, mejor controla tu lengua, y déjanos solos con Gerson. Él tiene mucho que confesar antes de ser perdonado.


–Vuelve la mula al trigo… ¿Cuándo es que ustedes allá arriba se van a dejar de esas estupideces?  Si es por esas creencias que mi cuate aquí ya casi se vuela los sesos.  Nunca lo has dejado ser feliz y dichoso, y ya ves los resultados…

Gerson escuchaba atento la discusión, sin dejar de apuntarse a la cabeza.   Por momentos parecía que buscaba intervenir, pero la excitación de ambos hombrecillos no dejaba espacios por donde interrumpir.  Cansado de ser ignorado, por fin gritó:

–¡Shó la trompa, los dos!  Ahorita me toca mí ser el que habla.  Ser el que exprese lo que siente, lo que quiere, en lo que cree, y lo que busca en la vida.  Todo el tiempo, desde que tengo uso de razón, lo único que he hecho es oírlos a ustedes.


–¡Tú sólo buscas la perdición de su alma!


–¿¡Qué jodidos sabes vos de perdición?, si solamente entre blancas nubes has vivido.

Ninguno de los dos hombrecillos prestó atención a Gerson, al contrario, la discusión ya había derivado en empujones y agarrones de camisa.  ¡Pum!, la detonación de un arma de fuego acalló todas las voces.  El ambiente de esa tarde lluviosa se llenó del picante olor a pólvora.  Decenas de trozos de papel, restos de una carta, volaban por el aire.  El sonido de una puerta abriéndose y cerrándose de golpe, cortó, como un cuchillo en mantequilla caliente, el silencio.  Sobre el escritorio de cedro: una pistola humeante y una amorfa mancha roja debajo de los restos mutilados de un motorista rebelde y un abogado defensor.



Creado con DALL·E 2 de IA

Juan Pablo Ochaeta: "Soy un guatemalteco residente en Panamá, de 44 años, que por la influencia de mi padre me interesé en la lectura de la novela latinoamericana, con especial predilección por el Realismo Mágico.  Ocasionalmente escribo poemas cursis y autobiográficos. En los últimos años me he inclinado por escribir cuentos cortos".