Grillos


Alejandro González Espinoza


El canto de los grillos apenas le permitía dormir. Solía gustarle ese arrullo sencillo que le invitaba a la reflexión. Ahora, en cambio, era una tortura que perforaba su cerebro y pretendía desbordarse por sus oídos.


Recurrió a distintos métodos para dejar de escucharlo: desde fármacos estimulantes del sueño; pasando por medicina no tradicional (incluidas hierbas bebibles y fumables), hasta la fumigación total de casa y patio. Pero nada dio resultado.


Pensó que cambiando de lugar podría descansar, pidió asilo en distintos lugares, durmió incluso bajo el transitado puente de una carretera, pero los grillos rugían más alto que los vehículos y parecían estar donde él fuera.


El cansancio y la palidez cadavérica de su rostro, le asustaban cada vez que se asomaba al espejo. Adelgazaba rápidamente y nada de lo que comía parecía reponer sus fuerzas. “Me falta sueño”, pensaba, “eso es todo, solo debo dormir”.


Sus ideas, tan desnutridas como su cuerpo, parecían sombras invitándole a la nada. El sueño era su obsesión, y los grillos su calvario.


Agotadas las opciones, pensó en mutilarse como última medida. Al borde de la locura, creyó que esta era la única solución.


Dispuso lo necesario: vendas, algodón, alcohol, martillo y un largo y agudo punzón con el cual pretendía perforarse los oídos.


Tomó el punzón, lo dispuso en su oído derecho, respiró profundo, y lo golpeó con el martillo. El dolor fue instantáneo, y a punto estuvo de provocarle un desmayo, sin embargo, y aunque sangrante, sobrevivió a tan brutal tratamiento. En seguida, y sin querer arrepentirse, repitió la operación con el oído izquierdo: Golpe, dolor, sombra y silencio.


Cuando despertó, dirigió su atención al canto de los grillos ¡Aún podía escucharlos!


Trastornado, corrió al cajón donde guardaba un revólver herencia de su abuelo. Lo cargó y apuntándole contra su sien derecha apretó el gatillo. No escuchó el disparo, lo último que oyó fue el canto de los grillos.


Su cuerpo cayó laxo y quedó tendido en el piso. Pasado unos momentos, desde su cerebro ya muerto y por el agujero que la bala había ocasionado, comenzaron a salir decenas de pequeños y oscuros grillos.


Ilustración: Nirvana Guerrero

Alejandro González Espinoza, mejor conocido por su pseudónimo Ethiam Veteris, es Licenciado en Educación. Ha publicado en diferentes medios y recibido menciones honoríficas literarias. Dedica su tiempo libre al estudio y a colaborar en diferentes revistas.