El padre           

Rayziel Fulcanelli

Recorro su cabecita en mis manos membranosas.


Lo sé, en poco tiempo mi piel se cubriría de escamas

y tendría que ocultarme de la vista de la gente. Y empezaría

a salirme una cola larga de reptil al final de la columna 

vertebral que me causaría fuertes dolores. Mi piel se 

volvería verdosa, la lengua bífida y, finalmente, me

saldrían las branquias.


Entonces, tendría que huir al Mar.


Pero debía ser sigiloso. Él también sufriría esta maldición 

familiar. 


Lo más horrendo del caso es que en la escuela le dijeran:

-¡Mira, ése es el hijo del Monstruo!




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