Último día de juego

Rafael Llanos

El niño salió a escondidas de casa, caminando de puntitas y evitando hacer el menor ruido posible. Sin saber a dónde dirigirse, emprendió el viaje; estaba dispuesto a recorrer el mundo, pero antes se prometió que volvería a casa en cuanto la aventura terminase.

Primero, caminó a paso lento hacia a la montaña, para rodearse de árboles y el cantar de las aves que habitaban el bosque; disfrutaba también el olor a tierra mojada y el sonido del viento moviendo las hojas.

Continuó, esta vez corriendo, hasta el mar. Ahora se regocijaba de escuchar el estruendo que provocaba el agua al descargarse furiosamente contra las rocas y estaba ansioso por subirse a una barca y navegar sin rumbo sobre las olas.

A la mitad de su viaje, luego de dejar la costa y adentrarse en el desierto, el niño se había convertido, sin darse cuenta, en un hombre. Consiguió una pareja que lo acompañara y, además, tuvo hijos.

La ciudad fue su última conquista. Sobrevolando en avión, apreció su reino desde las alturas: la rectitud de sus calles y la altitud de sus rascacielos. Era ahora dueño del mundo y sus posibilidades.

Ciego y postrado en cama por la artritis, el entonces anciano recordó su promesa y lloró amargamente por no haberla cumplido; lloró también porque sabía que no podía hacer nada, pero aun así rogó desesperadamente por una segunda oportunidad, y así permaneció hasta quedarse dormido.

La madre encontró al niño acurrucado plácidamente en las cobijas al interior de la casita de manta que había armado en el bosquecito del traspatio. Le acomodó el pequeño gorro de marinero, besó con cariño su frente mientras retiraba de sus manitas el avión de papel y lo cargó tiernamente en sus brazos.














Rafael Llanos (Ciudad de México, México, 1999), estudiante de Letras Modernas en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Ha publicado en revistas electrónicas como Espora (UDLAP), Punto de partida y Blog Librópolis (UNAM), además de sitios independientes como Irradiación y Periódico Poético.