En su mente flotaban palabras que no podía pronunciar.

Las escuchaba, pero no llegaban a su boca. Intentaba escribirlas, pero su mano se paralizaba. Quiso dibujarlas, pero no había nada que las representara.

Las palabras lo provocaban, majestuosas, para convertirse después en balbuceos.

Si surgiera una, solamente una, llevaría de la mano a las demás y brotaría un río de soles espléndidos. Pero ellas seguían negándose.

Cuando se multiplicaron, se agolparon, y ya no tuvieron sitio, se desparramaron por su cuerpo. Sus brazos, su pecho, su espalda, todo él se convirtió en luz.

Y no volvió a escribir.