14 de julio

Edith González Estrada

Los invitados llegaban en parejas. En el recibidor alguien recogía los abrigos de mink. Les asignaban una mesa acogedora para disfrutar a los músicos, quienes gustosamente tocaban melodías en referencia a la Revolución Francesa. Cada uno de aquellos relataba con ánimo la historia de la chanson que ejecutaba.


–Esta surge por la esperanza de algún romántico deseoso de que la revolución terminara y, después, pudiera ver a su amada.


–París significa “Ciudad amurallada”. Cuenta la leyenda que un gran señor tenía en sus manos, la llave que conducía a la puerta de un dique, si ésta fuese abierta, la metrópoli quedaría sepultada. Aquel hombre le advirtió esto a su hija. Más tarde, el anciano murió. Aquella se enamoró del hombre equivocado, quien sutilmente la convenció de entregarle la llave".


Así sucesivamente cada uno narró la introducción a su número.


El principal momento artístico llegó con la ópera Carmen, de Bizet. La soprano lucía un vestido negro, soberbio; cabello rubio, ojos azules. Con dulce voz deleitaba los oídos de los comensales, quienes abrían con La soupe á l'oignons. Entre las invitadas de honor estaba una mujer de sesenta y un años, tez morena, complexión media, uno sesenta y ocho de estatura, cabello café oscuro y corto, con lentes redondos, algunos lunares en el cuello. Además, soltera, sin hijos. Mientras avanzaba la nota de Bizet, L'amour est enfant de boheme, parecía todo tranquilo, perfecto, con la sensación de tener un ser divino en frente redimiendo las conciencias de los convidados. Y así, continuaban con El coq au vin, ni siquiera podían comentar el exquisito sabor del platillo, parecían experimentar una suerte de orgasmo digestivo con Si tu ne m'aimes pas je t'aime.


La mujer parecía compartir la efusión de ese momento liberador casi perfecto, de no haberse percatado de su discípula, quien llegaba en compañía de otra mujer de tez morena. Recordó los taches rojos que había escrito con tiza en el rectángulo verde colgado sobre la pared. El número de veces que planteó una misma pregunta, "Qu' Est-ce que tu fais?", "Que tu fais?", "Que fais-tu?", "Tu fais quoi?!", hasta el grado de perder la cordura. "¡¿Entiendes que hay mil maneras de hacer una pregunta?! Repite conmigo". El método antiquus seguía siendo funcional en el siglo, excepto por aquellos locos que lo querían omitir, amén de llevarlos a la caja de acero o aplicarles cualquier estirón a fuerza de desmembrarlos como en La Francia.


Una lágrima salpicó uno de sus lentes, quiso esconder su mirada en los postes del objeto. Sintió que no era su revolución ni su gloria la que había que celebrar. En tanto los invitados llegaban a los macarons de colores, la soprano cerraba con Prends garde a toi.




Ilustración: Carlos Ceja

Edith González Estrada vive en Metepec, Estado de México. Estudió Letras Latinoamericanas y la maestría en Humanidades en la Facultad de Humanidades, en la UAEMEX, Toluca, Edo. México. Actualmente trabaja como maestra en Educación Media Superior en la EPO No 146 de San Lucas Tunco, Metepec. Ha hecho algunas colaboraciones sobre literatura para la revista Digital de Metepec.