Macuahuitl

Alejandro Espinosa

El olor a carne quemada me desagrada. Las imágenes surcan mi cabeza durante la visita oficial de sus muy altas, invictas, potentísimas y católicas majestades augustas de España, don Juan Carlos I de Borbón y su esposa la reina Sofía al Templo Mayor de los mexicas. El horror que siento es el trasunto de una náusea de casi quinientos años. La visión de la carne lacerada y la sangre detiene mis pasos en medio de la visita guiada. Un pozole, saliendo de aquí me voy a echar un pinche pozole.

Me cuesta trabajo concentrarme, no vaya a ser que al barbón de Matos Moctezuma se le vaya a ocurrir pedirme algo. Pinche señor presidente tan zalamero, él que se siente la última oportunidad de la Revolución Mexicana y de por sus puros calzones trajo al Papa para que lo viera su mamá, orgullo de su nepotismo. Deshaciéndose en halagos para los gachupines. Me lo imagino como a Moctezuma Xocoyotzin, agachón y lambiscón, hijo de su chingada madre. Además, pone su cara de histrión cada que ve las ruinas queriéndose hacer el interesante. Valiente mandatario con todas las manos llenas de calabaza.

Me da una pinche muina, y no poder decirles nada a estos cabrones que porque son distinguidos turistas invitados y reyes de la madre patria. Son personas como cualquiera. ¿Cómo decirles en su jeta que la ciudad de Tenochtitlan fue destruida por los españoles?, capaz que el pinche Jolopo me manda a quemar las patas o me desaparece así nada más. Se me quemaban las habas por darles con un macuahuitl en la cabeza. A chingar a su madre la corona de oro robado de estas tierras y destrozar sus cuerpos con la piedra vítrea de la obsidiana negra, para luego aventarme un mezcal con sangre azul en sus cráneos en Garibaldi con el son de la negra de banda sonora.

Sería lindo comenzar la matazón como Alvarado, pero traen tanta seguridad. Al menos echarme un trompo con el rey huraño. La iluminación del sitio se presta para alumbrar los buenos madrazos que le acomodaría. Al rato van a cenar que caviar. Unos buenos huevos con frijoles los deberían llevar a tragar, esa es la buena vida.

Los ojos lunares de la Coyoxauhqui postrados en los ojos güeros de los reyes del mar océano. La pétrea cabeza cercenada que se hizo tierra y que sus ancestros austriacos tomaron para sí y para los suyos. La reina pregunta intrigada por esto y aquello que ya no les pertenece. Las ruinas ni se achicopalan. El sol les ha dado por la tarde luego de estar enterradas por siglos. Los vio pasar Tláloc, con sus colmillos, y Huitzilopochtli en forma de águila, también Xiuhtecuhtli, viejo dios ígneo. En mi mente la sangre corre al ritmo del mariachi.


Ilustración: Heriberto González "coctecon"